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Carta de Jenny Bent

ciudad de Haiti/Dominican Republic

Deciembre 2013

Estimados amigos y amigas,

En una de las mañanas de trabajo el mes pasado, tuve a mi disposición el vehículo que Marcos trae consigo desde Haití y lo conduje hasta Batey[1] 7 donde trabajo en la Clínica Buen Samaritano, un ministerio de la Iglesia Evangélica Dominicana (IED). Estaba complacida de estar en el vehículo sola, porque quería el silencio, la claridad y la  energía que trae la frescura de la mañana.  Cuando me acerqué al cruce de uno de los bateyes que se llama Palo Alto disminuí la velocidad para resguardarme del tránsito imprudente, ya que los vehículos rara vez respetan las señales del ALTO en ese cruce.

Mientras reducía la velocidad, vi a una mujer mayor haciendo movimientos con la mano, solicitando un aventón. La reconocí inmediatamente y me detuve.  María es directora de una de las escuelas en un batey un poco más allá de donde yo salgo de la carretera principal para llegar a Batey 7.  La reconocí porque muchas veces hemos compartido una de las guaguas (buses) públicas que corren entre Barahona y el pueblo de Neyba, pasando por los bateyes donde ella y yo trabajamos. La directora es una mujer de físico relleno, le gusta maquillarse y verse bien. También le gusta hablar y sinceramente ese día en particular, tenía muchas ganas de seguir manejando en silencio. Estaba aún más decepcionada cuando escuché a María comenzando a tocar como tema la sentencia que salió hace unos meses que se nombró como 168-13. Pensé, “Hay caramba, ya se arruinó el día.”

Es muy posible que la sentencia 168-13 nos cambia el ministerio que Marcos y yo estamos siguiendo aquí en República Dominicana. Afecta a todos los dominicanos de descendencia haitiana. O sea, a todos y todas nuestros compañeros y compañeras en Batey 7. ¿Cómo los afecta? Sentencia 168-13 anula la ciudadanía de cada dominicano que no puede mostrar pruebas que sus padres, abuelos y hasta bisabuelos, comenzando desde 1929, tenía documentos que les permitían vivir en Dominicana legalmente.

Esta situación ha sido un tema común en la boca de los misioneros que viven y trabajan en el país, nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Evangélica Dominicana (IED) y claro, nuestros amigos que viven en los bateyes. Incluso, mi familia en Nicaragua está preocupada por esta ley. Mi amiga y compañera de trabajo, Santa, el pastor de la iglesia IED de Batey 7, Alberto, los jóvenes que trabajan con Marcos en el huerto de la clínica, todos ellos tiene lazos que los conecta con Haití como parte de su herencia. Sin embargo, su identidad, carácter y costumbres son dominicanos. Hay aquí personas que están dispuestas a decir que es totalmente correcto destituir a dos generaciones de personas de su identidad dominicana por proceder de padres haitianos indocumentados.  A mí me sorprende y me deja sin habla.  Es una situación ridícula, pero es real.

Mientras la directora y yo seguimos nuestro viaje juntas, todas estas inquietudes pasaban por mi mente. María tiene características culturales y raciales que le pone sin duda en el grupo de dominicanos “tradicionales.”  Posiblemente por eso yo estaba esperando que ella defendiera la sentencia 168-13. ¡Pero me equivoqué! Mientras yo escuchaba asombrada, María compartió su desacuerdo completo con el gobierno, específicamente con el Consejo Supremo de Inmigración. Ella dijo, “En mi escuela tengo a niños indocumentados. Yo no los reporto en los registros oficiales que debo entregar.  Ellos también tienen que estudiar, es un derecho. Yo no puedo negarles el deseo de querer superarse en la vida. Pero tampoco puedo expresar mi opinión en voz alta, porque en mi posición, nunca sabes con quien puedes hablar de esto.”

¿Sabe qué? María estaba disculpándose, con pena, por lo que los dirigentes de su país están haciendo. En vez de marcar mi día con una mancha indeseable, lo que hizo fue abrir mis ojos para ver a una mujer humanista. Me dio esperanzas también. Ella comentó, “Los países hermanos no van a dejar que esta ley siga”.  María no es su nombre verdadero. Ella lleva 30 años trabajando en la educación y considero prudente proteger su identidad.

Yo he estado frustrada y desanimada por la actitud discriminatoria y las estrategias que utilizan los políticos para asegurar su poder en las elecciones. Cuando les convienen, otorgan documentos a personas hasta recién llegadas al país. Ahora, están quitando la ciudadanía a personas que son segunda generación dominicana. He pensado que nuestros esfuerzos de hacer CHE (Community Health Evangelism) en Batey 7 han sido truncados por esta situación incómoda y absurda. Pero mi conversación con la directora me hizo ver que es ahora que debemos trabajar más. Doy gracias por haber recibido la paciencia de escuchar una versión dominicana que casi nadie conoce. El lado que muestra la divina gracia de Dios, bondadoso, justo y amoroso.  Pienso que esta directora en su simple platicar tocó un tema bello que concuerda con todo lo bueno que está pasando en Batey 7.

El Comité de Desarrollo de Batey 7 es como una semilla que queremos hacer germinar, pero el proceso es lento, muchas veces doloroso, con muchos obstáculos.  Es lento y doloroso porque estamos buscando una transformación de carácter, hábitos, espíritu y cuerpo en cada persona en cada hogar.  Pero quiero aclarar que en el proceso yo también sufro transformaciones que son dolorosas y lentas. Este es un proceso mutuo de aprendizaje, compartiendo los obstáculos cotidianos con mis hermanos y hermanas.

El proceso es lento, pero el trabajo del Comité está avanzando. Les damos gracias por la parte de Uds. en esto—sus oraciones y su apoyo. Su fe en lo que estamos luchando lograr nos anima. Su presencia con nosotros es sumamente bienvenida y agradecida.

Que el Señor Todopoderoso siempre esté con Uds. y con sus familias.

Jenny


[1] “Batey” es una palabra de la lengua indígena Tahino que significa “área de vivir” pero ahora la usan en República Dominicana para indicar los pueblos pequeños donde las personas que trabajan cortando caña viven. En la zona donde vivimos nosotros, casi todos los trabajadores de caña son Haitianos o descendentes de personas de Haití.

The 2013 Presbyterian Mission Yearbook for Prayer & Study, p. 25, 26
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[1] “Batey” is a Tahino word for “living area,” but it has come to mean the small towns where sugarcane workers live, the majority of whom are Haitian or of Haitian descent.

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